Felipe II, Rey de España, obtuvo del «Papa Negro», el General de la Compañía de Jesús conocido después como San Francisco de Borja, y que era el cuarto Duque de Gandía, el permiso necesario para que los jesuitas vinieran a la Nueva España para «convertir a los naturales de las regiones recién conquistadas».
El primer grupo de ellos en número de catorce y con su superior Pedro Sánchez desembarcó en Veracruz el 9 de septiembre de 1572 (cuarenta años aproximadamente después de las noticias de Alvar Núñez Cabeza de Vaca). Al despedir este conjunto de frailes registra la historia que San Francisco de Borja le dijo a Fray Pedro Sánchez: «Id Padre mío con la bendición de Nuestro Señor, que si no nos volvemos a ver en la tierra, espero en su Divina Majestad nos veremos en el cielo».
En 1585 fue nombrado sucesor en el gobierno de la Nueva Vizcaya don Rodrigo del Río y de la Loza, en sustitución de don Antonio de Monroy. Don Rodrigo era un caballero de amplia influencia económica, política y religiosa, muy piadoso y compañero que había sido de don Francisco de Ibarra. Su primera visita fue a Chiametla donde recibió la solicitud de auxilio por los vecinos de la villa de Sinaloa (San Felipe y Santiago) y hasta allí envió a los primeros misioneros jesuitas que pisaron las tierras del noroeste mexicano y que según entienden algunos historiadores (entre ellos Acosta) fueron los verdaderos conquistadores de Sinaloa y Sonora…
Del Duque de Gandía, podemos decir que su influencia ante la Corte de España durante Felipe II era manifiesta, incluso por relación de parentesco. Fue el tercer Superior General de la compañía de Jesús, asistió a las honras fúnebres y acompañó al cuerpo de Isabel de Castilla (Isabel la Católica) hasta su sepultura en la Catedral de Granada, vio su cadáver y al observar ajada su hermosura pronunció la frase muy conocida: «nunca más servir a un señor que se pueda corromper». Fue entonces cuando se hizo jesuita. San Francisco de Borja murió en Roma en el año de 1572, en el mismo que había concedido el permiso para que los jesuitas pasaran a la Nueva España.
De entre esta pléyade de ilustres varones, merece un sitio especial Fray Gonzalo de Tapia que llegó a estos rumbos en el año de 1587, y está estrechamente unido a la historia del sur de Sonora, el Yaqui y el norte de Sinaloa.
Tapia fue enviado a llevar promesas de paz y el Evangelio a los indios que vagaban dispersos por los campos y caminos de Nueva Galicia y Nueva Vizcaya. Dadas sus grandes aptitudes para establecer contacto con los naturales, a mediados de 1591 fue enviado a Sinaloa… y por su vocación manifiesta y notables aptitudes para atraerse a los aborígenes, le llamaban «El Domador de Indios».
Se reservó para él mismo la zona ocupada por las tribus más difíciles, los pueblos de Ocoroni y los de Petatlán, pronto aprendió a hablar las lenguas cahíta y ocoroni para poder transmitir sus enseñanzas y compuso un catecismo en estos dialectos.
Su dulzura para tratar a los naturales fue tanta, que ellos mismos solicitaban ser bautizados. Cuando ya estuvo satisfecho y muy versado sobre el conocimiento de las lenguas remontó el Zuaque visitando los pueblos de sus riberas y continuó hasta los de Topia. Con el auxilio de millares de indios y los tres religiosos que lo acompañaban construyó «muchas capillas e iglesias» en los ríos Mocorito, Petatlán y Ocoroni. Después de rezar El Rosario del domingo 10 de julio de 1594 hincado frente al altar mayor de la iglesia por él construida, un indio presuntamente converso y que hacía las veces de acólito en el pueblo de Sinaloa (San Felipe y Santiago), de nombre Nacabeba, le propinó tremendo macanazo en el cráneo para quitarle la vida. Según la leyenda, en el cráneo descarnado de Fray Gonzalo los indios hacían sus libaciones.
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